Sicarios, cuando la vida vale unos billetes

Sin embargo, nunca ha sido fácil demostrar que alguien pagó y otro cobró para matar.

?Esa boleta no es mía?. El hombre de lentes y rostro pétreo no se mosqueó cuando habló con su voz ronca. Tampoco se inmutó cuando los jueces le informaron que acababan de considerarlo un asesino y lo sentenciaban a perpetua (35 años de prisión si demuestra buena conducta; y si esta es mala, 50). El reo ya se sabía perdido desde el arranque del juicio.

La ?boleta? no es otra que el asesinato del panadero Héctor Corradini (35), secuestrado y ejecutado a balazos en un lejano 1998, en Córdoba capital.

Víctor Hugo Quinteros, un pesado de 55 años que pasó la mitad de su vida en prisión por robo, fugas y motines, terminó sentenciado con un rótulo no muy común en estas tierras: el de sicario. Para los jurados populares y para los jueces de la Cámara 3ª del Crimen de Córdoba, Quinteros ?a quien llamamos ?Mandrake?, aunque él reniega de ese apodo? fue señalado judicialmente como uno de los matones que secuestraron al panadero y lo devolvieron esposado, envuelto en una frazada y con tres tiros en la cabeza. 

La ?tarea? había sido encomendada, según los jueces, por la esposa del panadero, Brígida Mercedes Segalá, a cambio de 100 mil pesos (dólares en aquella década menemista).

Si Segalá fue la protagonista judicial de la semana pasada en Córdoba (fue condenada a perpetua por contratar sicarios, aunque no fue presa), el papel de Quinteros no se queda atrás.

Es que, si bien a lo largo de los últimos años la historia criminal de Córdoba fue terreno fértil para homicidios por encargo ?muchas veces pagos, según las sospechas?, sólo en ocasiones esas conjeturas terminaron siendo comprobadas en los tribunales.

Una cosa es suponer que alguien encargó ?la boleta? de otra persona a cambio de unos buenos fajos; otra muy distinta es demostrarlo en un estrado. Para condenar, la suposición no basta. Una sola duda ya es determinante para fallar a favor del acusado.

Los crímenes por encargo son muy complicados de demostrar. El ideólogo, se sabe, no pide factura por el ?servicio pedido? ni entrega recibo por lo que paga. Y el asesino raramente abre la boca para confesar lo que hizo. Ergo, la suma de pruebas ?indicios? es central para enviar a alguien a la sombra o devolverlo a su hogar. Para ello, una buena investigación es vital.

La biblioteca criminal cordobesa enumera diversos crímenes con la sombra del encargo detrás. Sin embargo, pocos terminaron con certezas judiciales en ese sentido.

El asesinato del exsenador Regino Maders, ocurrido en 1991 en Capital, es un claro ejemplo. El expolicía Hugo ?el Loco? Síntora ?un pesado del mundo carcelario, como Quinteros? recibió perpetua por haber sido el sicario. Y así como sus cómplices lograron zafar de la investigación, los jueces no obtuvieron certezas contra Luis Medilla Allende, por lo cual el exlegislador terminó absuelto, por la duda, como supuesto ideólogo de homicidio.

Más acá en el tiempo, otros dos truhanes que terminaron con fuertes condenas ?aunque no a perpetua? fueron los hermanos Eve, por haber acribillado a tiros a Alejandro Roganti en 2008, en Villa María. Por milagro, el sindicalista sobrevivió.

Los jueces condenaron a los Eve por tentativa de homicidio y amenazas, pero no comprobaron que alguien les hubiese pagado. De todos modos, los magistrados reclamaron que el dirigente (de Luz y Fuerza) Eduardo Brandolín fuera investigado como supuesto ideólogo del ataque mafioso. La causa está parada.

Otros brutales crímenes ?con gusto a ataques mafiosos? terminaron con condenas, pero nunca se llegó a demostrar de modo fehaciente que los criminales fueron enviados y pagados para hacer ?el trabajo?.

Veamos: por el crimen de Pablo Jossen (un joven con vínculos narcos que fue fusilado en Villa Carlos Paz) fueron condenados cuatro hombres por homicidio en robo; por el homicidio de Ian Durán (testigo clave del caso anterior, asesinado poco antes de ir a declarar), hubo sólo un par de sentenciados, pero por homicidio a secas; por el asesinato de Roque Martínez (ejecutado y calcinado en Tanti), hubo dos jóvenes condenados...

Donde sí se demostró que hubo sicarios y un ideólogo fue en el asesinato de Néstor Vega, muerto a tiros en Córdoba en 2014. Y fue la Cámara 3ª, la misma del caso Corradini, la que condenó a cuatro hombres a perpetua por homicidio por precio (y femicidio vinculante). A Vega lo mandó a matar el exnovio de su pareja.

Además de Segalá, dos mujeres fueron condenadas por contratar sicarios para eliminar a sus esposos: Ramona Ferreyra mandó a matar a Dante Franco (músico del grupo La Sonora Dany) para quedarse con su amante; y Nora Abelleira encargó el crimen del empresario lácteo Enrique Espósito para hacerse de su dinero. 

En el primer caso, los sicarios cayeron; en el segundo, no.

La Voz del Interior Claudio Gleser 12/12/12